He cerrado la puerta
a todos los de este mundo;
a todos los que caminan dormidos
sin saber que son sonámbulos.
A todos los que mienten,
a todos los que no viven.
A todos los que no saben sonreír
ya los que ignoran las lágrimas.
Me despedí de ellos,
de todos esos cobardes;
aquellos que llaman inmortales
pero que mueren diariamente.
He cerrado mi alma
a todos los indolentes,
a todos los que se creen jueces,
a todos los que se creen dioses.
He cerrado el corazón
a todos los derrotados
en la batalla contra el señor Ego,
y en el combate contra sus monstruos.
Me alejo para siempre,
para mí son invisibles.
Son sólo prisioneros de su mente
y su falsa sabiduría.
He cerrado mis ojos
a todos los que corrompen,
a aquellos que detestan la pureza,
a los que odian la verdad.
He cerrado mis brazos
a los abrazos vacíos,
mis oídos a las palabras huecas,
también a los falsos halagos.
He cerrado mi mundo,
es solamente para mí.
No caminaré más junto a fantasmas,
ni junto a marionetas sordas.
He cerrado mi boca,
he callado hasta mi mente.
Hoy me mudo de su prisión inmunda.
Hoy no estaré para nadie más…
VISITAS
Ayer, me visitó una sonrisa;
cálidamente me acarició…
Me besaba tiernamente,
se acomodaba en mis labios.
Me desperté para soñar
con el mañana que no existe,
con mis deseos atrapados
en la jaula de lo incierto.
Ayer, me visitó la esperanza;
me acarició cual tierna madre,
me susurraba poemas,
me acomodaba en sus brazos.
Me levanté para observar
los cuerpos sin alma, tan huecos,
ataviados de amargura
disfrazando su miseria.
Ayer, me visitó la mentira,
profanando todo lo puro,
vistiéndome de rencores
y humedeciendo mis ojos.
Me acurruqué para llorar
abrazando los sueños rotos,
con el alma moribunda,
herida, triste y vacía.
Hoy, me visitaron tus ojos,
sacudiendo toda mi alma,
exorcizando demonios,
intalándose por siempre.
Me preparo para soñar,
para cerrar la vieja puerta.
Las visitas se han ido ya;
nuestro viaje aún no empieza…
DESPEDIDA
Abre tus ojos y mírala,
tan pálida y temblorosa.
Abre tus manos y tócale,
su cuerpo está aún respirando.
Toma su mano y cuéntale,
de aquellos ojos profundos,
esos que rompen en llanto,
esos que temen mirarla.
Rosa su rostro y cántale,
la dulce canción de cuna,
esa que tanto escuchaba
en esas noches eternas.
Abre sus piernas y tócale,
hasta que explote en silencio,
con la inocencia y malicia
de aquellos juegos secretos.
Lame sus dedos y escúchale,
te grita tanto y no oyes;
te dice tanto y no entiendes:
te implora tanto y la ignoras.
Sopla la vela y siéntate
frente a ese vidrio empañado,
frente al muñeco sin rostro
con el que charlas de noche.
Rompe el vestido y desnúdale,
seca el sudor de su frente.
Dile que ya nada duele,
dile un adiós para siempre…