De los amores platónicos y otros monstruos por Elena Savalza

Busqué en internet una definición para el amor platónico porque tengo la impresión de que estuve adoleciendo, hace unos días, de ese mal.  Si. Ese amor que se presume imposible, que va más allá de lo físico o lo sexual y que simplemente es, porque sí, sin más razones ni conjeturas. Navegué en varias páginas que me arrojaron algunos buscadores, intentando comprender lo que sucedió el jueves; pero, sin faltarle al respeto a “San Google”, creo que su poder es limitado y que mi corazón y mi mente, juntos o separados, rebasan su capacidad de explicar todas las cosas explicables dentro de este planeta y mundos alternos… (¿Qué dije?).

Llegué a la Ciudad de México el pasado jueves para trabajar con ese cliente que atiendo desde hace meses, pero al que me une una historia un poco más… ¿antigua? Bueno, “antigua” podría ser un término que, sin entrar en detalles, la definiera. Sin embargo, ese día no iba a ser para nada parecido a los anteriores, aunque sé que parte de la magia de mi trabajo es que ningún día es igual a otro.

Entré, saludé al “jefe” apurada, pues llegué con retraso, dejé mi maleta en la Recepción (aún no había ido al hotel a hacer mi check in) y subí las escaleras hasta la oficina de mi contacto para comenzar a trabajar. Allí fue cuando lo vi. Estaba sentado de espaldas a la puerta, con una camisa de vestir color rosa y un pantalón de mezclilla, que parecía desentonar con la formalidad del ambiente de la oficina. Después de un “buenos días y perdón por el retraso”, me es presentado el desconocido:

–          Te presento a mi tío… – Me dijo mi contacto

–          Mucho gusto, Elena Savalza…

–          El gusto es mío – Contestó mientras me daba la mano y acercaba su mejilla a la mía para darme un beso.

Era lo suficientemente alto como para que me obligara a estirar un poco mi cuello al saludarlo, pero no tanto como para que no me dejara ver sus ojos: coquetos, no muy grandes pero de un color verde hermoso. Una sonrisa franca, piel blanca bronceada y barba de un día sin rasurar. Su cabello entrecano no me dejaba adivinar su edad, pero después supe que tenía 42 y era divorciado, además de oler a Hugo Boss clásico. Supongo que, con esta descripción, no tengo que ser tan elocuente para decir que el tío desconocido me encantó y lo que sigue de eso.

Dale click a la imagen para leer la historia completa

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