Alba Salgado / Sobre vivir en Holanda
Cada temporada del año tiene sus tradiciones y una de las que más recuerdo durante el invierno, es la preparación de los buñuelos.
En casa de mis abuelos paternos, por ser de Michoacán, en esos días, la elaboración de los famosos Buñuelos y el atole blanco era no solo un tradición, sino realmente una obligación. Toda la familia era partícipe de la elaboración. Como toda una clase de historia, aquí se comprendía la división social del trabajo. Cada integrante de la familia tenía un puesto y en cada puesto, había jerarquías que debían ser respetadas.
Mi abuela era la que hacía la masa y la dejaba reposar. Siempre era ella, porque era ella quien poseía el conocimiento de la receta, así como de los secretos para que la masa quedara suave y poder estirarlos hasta quedar prácticamente transparentes. Años después, cuando ella ya no estaba, comprendí que también mi padre y madre aprendieron viendo, pero jamás se le quitó el puesto de mando en el rancho.
Todos veíamos el proceso desde el otro lado de la mesa. La harina, la manteca vegetal, el agua, sus manos iban integrando los ingredientes poco a poco, bajo las miradas curiosas de la nietada (y vaya que éramos bastantes). Luego? hacer bolitas con la masa, que después se engrasaban y luego eran cubiertas con un trapo húmedo para dejar reposar…
Después de un rato, era la hora de hacerlos. Cada uno iba acomodándose en el puesto que le correspondía. Con los años, podías cambiar de puesto (subir jerárquicamente), bajo la aprobación de la abuela. Pero hasta tener la aprobación, debías practicar en tu puesto, cual si fueras un ayudante en un oficio.
Mis tías (de edad media) eran las que con el palo para amasar debían extender la masa y luego extendían un poco la tortilla con las manos.
– Uyyy ¿llamas a eso un círculo???- Risas de todos al ver el esfuerzo de una u otra por que la masa se extienda uniformemente. Parece sencillo, pero la verdad, tiene su maña (truco) hacerlo correctamente.
Era importante demostrar que se dominaba el oficio de «Toda buena mujer»: la cocina. dato curioso? quien mejor extendía la masa era mi tío Temo, que a veces se colaba a ayudar en la elaboración.
De allí pasaba a las de mayor rango (y normalmente, de edad), mi abuela, mi madre y mi tía Tere eran quienes con un trapo en la rodilla, extendían la tortilla hasta dejarla prácticamente transparente.
Ese es el tradicional buñuelo michoacano (que igual se hace en casi todo el sur de México) bastante grande y delgado; muy diferente al buñuelo Norteño, que es más gordito, casi como si fuera una tortilla de harina de trigo (de hecho, para quien no le importe las diferencias, puede intentar freír sus tortillitas de harina y luego agregar la miel). Pero que mi abuelo aborrecía (como buen michoacano), ya que, según él, eso era de «viejas flojas» (¡claro!, ¡como no era el quien tenía que trabajar!).
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