Hogar por Laura Zita

Patrioterías

El tiempo pasa rapidísimo, ya casi tenemos un año de haber regresado a México y aun me siento desconectada del vivir en mi propio país. Suena exagerado pensando que solo estuve dos años en “Siempre nublado”, pero en algún momento pensé que ya no iba a regresar más que en vacaciones. Cuando vas de paseo a otro país todo es hermoso y hasta llegas a soñar con vivir en el país que ofrece todo nuevo, paisajes, comida, gente y miles de experiencias. Sin embargo, cuando decides dejar todo atrás, empacas tu vida en unas cuantas maletas y vuelas hacia ese nuevo destino tienes que hacerte a la idea de que esa es tu nueva vida.

Las comida, los trámites, el idioma, la gente, el clima, la adaptación en general no son sencillas. Todo lo nuevo llega a pesar cuando tus recuerdos te obligan a buscar puntos en común. Recuerdo la primera vez que estuve en París y todo me parecía recordar las colonias del centro de la ciudad de México. Mi novio me decía que no podía parecerse y yo le hablaba de Maximiliano, de Porfirio Díaz y su amor por la arquitectura francesa y el glamour parisino.

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Los edificios, los Campos Eliseos y hasta los parques me parecían de alguna manera conocidos. El cerebro trata de encontrar esos puntos de referencia para sentirse un poco “como en casa”.

París solo fue un parte del trayecto a la nueva vida. La ciudad donde vivimos no se parecía nada a lo que había conocido antes y me gustaba también esa sensación. Recuerdo mucho el aire que me parecía dulce y el clima frío y húmedo me hacía sentir como cuando de niña íbamos a la playa, pero sin la molestia de sentir la ropa pegada por el calor.

En “Siempre nublado” la vida es mucho más tranquila que en cualquier otra ciudad de México donde había estado. Me gustaba la lentitud con la que se movía la gente. Me fascinaban las terrazas de los restaurantes llenas de gente que llevaba su propia comida y la acompañaban de un delicioso vino tinto de la región.

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La comida siempre ha sido uno de mis grandes vicios y la francesa es verdaderamente deliciosa. Tiene una mezcla elegante y cuidadosa de sabores y hasta en los restaurantes más pequeños puedes encontrar platillos que en México llamaríamos gourmet. El pan también es increíble. Las baguettes tienen una textura crujiente por fuera y esponjosa por dentro, las tartas son ligeras y frutales y el pan dulce está lleno de sabor y azúcar.

Mi primer experiencia en el super mercado no fue la más exitosa. No podía reconocer nada. Los productos eran totalmente desconocidos por mí, especialmente porque muchos de ellos no tienen fotografías de su contenido y a veces aunque las tuvieran no sabía que eran. Salí con jamón, queso y huevos.

Una amiga me dijo poco antes de irme que no convirtiera los precios y es verdaderamente aterrador hacerlo. Un manojo de limones sin jugo costaban más de 60 pesos y un mango más de 30 pesos. Poco a poco te das cuenta de que lo mejor que puedes hacer es comer la comida de la región, ya que si buscas frutas y verduras, como las “mexicanas” terminas gastando una fortuna y nunca tendrás el mismo sabor, ya que el clima y la tierra les dan un gusto diferente o porque vienen de otros países y además de que son muy caros, llegan inmaduros para que durante el viaje no se echen a perder.

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Un día encontré un aguacate. Era la mujer mas feliz del mundo. Compré una baguette, jamón, queso y unos tomates y me hice una torta. Con mucho entusiasmo le unte el aguacate a uno de los panes y cuando lo mordí casi vomito por el sabor dulce que tenía el aguacate que yo había elegido. No se parecía en nada al sabor que yo recordaba.

Hace unos días me pasó lo mismo con una baguette aquí en México. No se veía como una baguette francesa, más parecía un gran bolillo, pero con mucha nostalgia esperé que supiera como la que yo recordaba. ¡Vaya decepción!

Mi cerebro sigue adaptándose a las diferencias, mis hábitos día con día vuelven a lo que eran antes de “Siempre nublado”, pero no ha sido fácil. Sigo peleando con el servicio de transporte público, extraño los árboles, los ríos y sobre todo los patos.

¡Ay como amaba a los patos! Sin embargo, tengo que hacerme a la idea de que este es nuevamente mi casa y trato todos los días de disfrutar lo maravilloso que tiene nuestro país sin pensar mucho en lo que dejé atrás: la promesa de una nueva vida con el amor de mi vida.

Hoy, mi casa soy yo y mis hijas y donde vaya con ellas será mi hogar.

Hace unos días me pasó lo mismo con una baguette aquí en México. No se veía como una baguette francesa, más parecía un gran bolillo, pero con mucha nostalgia esperé que supiera como la que yo recordaba. ¡Vaya decepción!

Mi cerebro sigue adaptándose a las diferencias, mis hábitos día con día vuelven a lo que eran antes de “Siempre nublado”, pero no ha sido fácil. Sigo peleando con el servicio de transporte público, extraño los árboles, los ríos y sobre todo los patos.

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¡Ay como amaba a los patos! Sin embargo, tengo que hacerme a la idea de que este es nuevamente mi casa y trato todos los días de disfrutar lo maravilloso que tiene nuestro país sin pensar mucho en lo que dejé atrás: la promesa de una nueva vida con el amor de mi vida.

Hoy, mi casa soy yo y mis hijas y donde vaya con ellas será mi hogar.

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