
Cansado, con aspecto triste y perdido; así se bajó él. Con un poco de ayuda debido a que el bastón pegaba y estorbaba por doquier; pudo bajar. El señor próximo a la puerta y que esperaba subir, con bastante prisa dio unos pasos a un lado y no le ayudó; en cambio aquel con aliento alcohólico decidió acercársele y brindar ayuda.
Ya abajo comenzó a caminar sin dirección, sentía una ligera preocupación y salió de ensimismamiento hasta que la chica que escuchaba música eufóricamente, murmuró (en realidad gritó, pero la música opacaba su sentido de la realidad): “¡Su mochila está abierta!”… sólo entonces reaccionó. Tomó la mochila, la pasó al frente y con dificultad la cerró. A esa misma chica le preguntó si sabía cómo llegar al ‘Hospital Estrella de luz’, ella sin más respondió: “Dese la vuelta… hacia allá”:
Empezó a medio caminar pero un presentimiento -que cualquiera con problemas de visión sentiría-, le indicaba que el camino era incorrecto. Dio vuelta nuevamente y pasó a lado de la chica eufórica que aún esperaba el microbús; su olor le pareció conocido y pensó que sería mejor pedir ayuda a alguien más.
De repente por más que quise evitar la confrontación él avanzó hacia mí, no lo mire, sólo escuché. Necesitaba llegar al hospital, su hijo lo había mandado (o eso me hizo creer), le harían una operación, “¿pero qué clase de hijo manda a su padre, !ciego¡ y sólo, a que le hagan una operación?”. No supe a cuál se refería así que pregunté si sabía la dirección, buscó en su mochila y entre tanto papel y cigarros a medias, por fin sacó un periódico viejo y me lo mostró. Quedé impactada; había un encabezado… Padre borracho deja paralítico a su hijo.
Por un momento olvidé que el señor seguía ahí y continué leyendo:
… después de llegar ebrio y romper cosas al entrar a su casa, Darío le clavó en el ojo una de las botellas que había roto… Don Sacarías sangrando y con furia propinó la paliza que dejara a Darío paralítico…
En ese momento me tocó el hombro y repuso con insistencia si conocía el lugar, si no, podría investigar con otra persona. Bajé la vista, al final había una nota:
“Calle Infierno, número 8, Col. Que te vaya mal… Ojalá que la encuentres, si es así que te lleve la chingada”
Volví la mirada hacia él y de mi boca con dificultad salieron estas palabras: “Camine derecho, en la esquina, donde termina la banqueta pregunte y allí le darán informes”. Él se fue y yo me dispuse a escuchar música y seguir esperando el microbús, igual que toda la gente alrededor de mí.
Minutos después la gente corría en la dirección en la que él había echado a andar. Volteé la mirada y pude observar a Don Sacarías tirado en el pavimento y con la defensa de un carro encima.
Con, o sin intenciones, logró encontrar la puerta del Hospital.