Patrioterías / Impotencia
Muero de la impotencia.
¿Cuándo los problemas de mis seres queridos me empezaron a afectar tanto? No quiero decir que antes no pusiera atención a mi familia, de hecho hasta me sentía muy orgullosa de poder ayudarlos en situaciones difíciles. Siempre logré tener el tiempo, la paciencia y la dedicación para poder responder a las llamadas de mis hermanas, de mis amigas y de mis padres.
Pero en este momento lo que me tiene jodida, son los más cercanos a mi. Y en este caso, no encuentro como ayudarlos porque no están pidiendo mi ayuda, solo me siento arrastrada por el torbellino de sus decisiones. Decisiones que me afectan y me hacen sentir que estoy al borde del amor y la locura.
Dicen que no puedes ayudar a quien no lo pide. Eso lo entiendo claramente y por esa razón estoy en México y no en “Siempre nublado”. Pero me traje un gran problema, que vivo a diario y dejé otro que llama de vez en cuando para recordarme que no lo puedo olvidar.
Ya sé, en este momento pensarás que es muy fácil y que tal vez solo sea necesario ya no contestar el teléfono. Lo he intentado y es peor aún. Se desata la guerra y la persecución. He intentado todo y solo logro sentirme ahogada en sus ofensas, sus reclamos y miles de mensajes en donde enumera cada uno de mis defectos con detalle.
Soy más fuerte de lo que yo misma quisiera y sé bien que son las palabras de un enfermo, de cualquier manera eso no mejora las cosas. Sigo recibiendo la furia de sus palabras, sus miles de llamadas que me hacen querer aventar el teléfono a la basura y desaparecer para siempre.
Aprendí un poco de cuando fui a Al anon, pero es un esfuerzo tan grande que me agota sin ver ningún resultado. Ya perdí la esperanza de su recuperación porque no la desea. Parece que es más sencillo seguir sufriendo. Porque a pesar de que me desespera y termino gritándole de regreso, sé bien que quien más sufre es él.
Le doy un poco de gusto y de amor solo para calmar su sed, pero definitivamente cada día siento menos compasión y menos deseos de verlo. Me siento culpable por no amarlo como él requiere o tanto como él dice que me ama a mí. Sin embargo, no es verdad y también lo sé. Es tan adicto al alcohol como lo es a mí.
Muchas veces pienso que si algún día dejara de tomar, casi por seguro también dejaría de perseguirme. Eso me hace sentir tranquila y un poco triste. Y me hace pensar en cómo llegamos a confundir el amor con la obsesión y la necesidad de control de otro.
Cuando lo conocí, yo me sentía muy sola. Acababa de terminar una relación poco satisfactoria con un final espantoso. Me sentía triste y andaba por la vida sin sentir. Casi inmediatamente sentí la conexión y después de un acto de “caballero con armadura blanca”. Pensé que al fin había encontrado al amor de mi vida y me aferré fuertemente a mis sueños de niña. En esos meses, mi padre enfermó y volqué todas mis ilusiones en él. No quería vivir lo que estaba viviendo y las cartas de mi amado me llenaban de esperanza en una mejor realidad.
Finalmente, mi papá murió. Y de verdad creí que Dios me había enviado a este hombre para ser mi pareja y llenar este enorme vacío que sentía. Mi hombre me amaba locamente, quería saber de mi, saber de mi vida, pero sobre todo me contaba las historias más intimas de su vida. Eso me hacía sentir conectada íntimamente a él, pero no me di cuenta entonces que solo él hablaba y que casi siempre sus historias eran tristes y melancólicas. Hablaba de sus perdidas y de cómo era maravilloso también haberme encontrado y me hizo creer que bebía porque se sentía solo.
Entonces ahí entró la “Laura salvadora” que podía dejar todo para poder estar con él y que él dejaría de sentirse solo y dejaría de tomar. No fue verdad.
Ya instalada en “Siempre nublado” me volví una carga, una molestia, una vocecilla que le juzgaba constantemente y terminó por odiarme. Y por último, por dejarme. Lo peor no es el abandono en sí, sino el sentirte despreciado.
Pasaba tanto tiempo sola en ese frío departamento que yo también me enfermé de ansiedad y rechazo. Lloré tanto que no sé como no inundé “Siempre nublado”.
Nada parecía hacerlo feliz, no importaba cuanto me esforzaba. Nunca me había sentido tan sola y rechazada. Finalmente, todo explotó y regresé con mis hijas.
No hemos encontrado aún la paz. Toda esta experiencia, nos ha roto y hay de volver a levantarse y reconstruirse. Mis hijas también están afectadas con la mala experiencia. Y el ambiente aún no está libre de tanto dolor y violencia.
Cada día es mejor, pero me sigue afectando su dolor, tristeza y desesperación porque parece que yo soy la única culpable. No es verdad. Lo sé, pero estoy aprendiendo poco a poco y con mucha lectura a repeler los ataques y no contraatacar.
Este nuevo año es para mí y mis chicas para replantear la vida, reconstruirse y no repetir patrones que no benefician a nadie. Así que a sacudirse y andar… aún con esta impotencia.