Instrucciones para volverse loca por Kirahl Nayyar

Instrucciones para volverse loca

por Kirahl Nayyar

Todos hemos observado, en alguna ocasión, a personas que hablan solas, que caminan sin rumbo, inmersas en algo que llaman «locura», palabra que ni siquiera cuenta con una deficinición exacta. Ensimismadas y ausentes, en apariencia lucen tristes o extremadamente felices. Algunas, iracundas y otras, dentro de una profunda paz. Haciendo movimientos lentos o rápidos, casi siempre carentes de coordinación. A veces bailando, con ritmos provenientes de sonidos que existen en su cabeza, o dialogando con voces que habitan sólo en ese mismo lugar, su mente.

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Pero de esta misma forma, sólo que en menor frecuencia e intensidad, los seres humanos sensatos, es decir, que no padecen «locura», suelen sostener diálogos con su mente, interrogando, afirmando, juzgando, negando. Y permanecen ausentes del presente, aunque parezca lo contrario.

No sólo parecen tistes, sino que pueden llegar a atentar contra su vida cuando esa ausencia del ahora los lleva a una fuerte sensación de desasosiego, a lo cual algunos llaman «depresión».

Se mueven llenos de nerviosismo, y muchas veces emiten sonidos extraños al dormir, o hablan a gritos.

A  veces se agreden entre ellos, física, emocional o verbalmente. Pero como ya dijimos, esto es estar «sano», cuerdo, sin locura.

¿Qué es volverse loco entonces?, ¿qué tan fácil es volverse loco?, basándonos en lo que, para la medicina y sociedad significa ese estado mental.

Bien, para empezar, debemos aprender a percibir todo lo que está más allá del plano físico, en la medida que nos sea posible, es decir, más allá de lo visible, de lo palpable; más allá de los sentidos. Recordemos que los sentidos mienten, y que lo que para una mano tiene límite y forma, en realidad, en el nivel cuántico no existe. Sólo átomos, flotando, en algo inmenso.

Una vez conscientes de ello, escuchemos los sonidos más difíciles de oír, por ejemplo, el ruido de los zapatos de una persona que golpea el piso al caminar a varios metros, o mejor aún, el sonido que se emite al exharlar el aliento. Continuando así hasta llegar a se capaces de escuchar claramente, a las voces que habitan a nuestro alrededor, no sólo la voz de nuestra mente, sino la voz de seres de otras dimensiones, que nos observan. Escuchemos su voz. Siempre tienen algo que decirnos. Ellos siempre nos escuchan, siempre nos miran. Para desarrollar esta capacidad, la de observar más allá de lo que nuestra mirada limitada puede apreciar, cerremos los ojos unos minutos, con quince o veinte bastará, repitiendo este ejercicio dos o tres veces al día. Imaginemos un mundo donde nada es imposible, con un paisaje elegido por nosotros, donde todo color, aroma, sabor, sea al gusto propio. Constuyendo nuestro mundo, perfeccionándolo a diario.

Al llevar a cabo estos ejercicios a diario, en unas cuantas semanas, dependiendo de nuestra constancia, podemos tener listo nuestro «mundo».

No olvidemos que es importante también, desinhibirnos por completo, evadiendo toda esclavitud, física y mental, liberándonos de estigmas, prejuicios, tabús, reglas. Olvidando nuestra raza, clase social y toda etiqueta.

La soledad es básica para el proceso, ya que la interacción con las demás personas de este mundo «sensato» puede interrumpir y deshacer nuestro viaje hacia nosotros mismos, o bien, distraernos para hacer que volvamos a lo que ellos llaman «realidad» o «cordura», bastante plana y aburrida, por cierto.

Debemos ser firmes, ya que ellos insistirán para que retrocedamos lo avanzado.

Por último, practiquemos el charlar con todo lo que nos rodea exterior e interiormente, es decir, una silla, un papel, un árbol, un perro, una piedra, la felicidad, la tristeza, la soledad, el amor, el desamor. Con todo, excepto con los «sensatos».

¿Quién dijo que sólo con voz o letras se puede dialogar?. ¿Qué hay de la mirada? ¿de los pies y rodillas? ¿acaso no se puede hablar con los hombros?.

Siempre aprenderemos algo sabio de esas voces silenciosas.

Haciendo todo esto, como se indica, dejaremos de pertenecer al insípido mundo de la «realidad». Seremos capaces de percibir más allá de los sentidos y de controlar quizá, algún día, ese monstruo que requiere ser amaestrado urgentemente, que es nuestra mente. Entonces seremos uno con el todo, tal vez.

Aprenderemos a conocernos, en nuestro mundo.

  Zahra.

( «Mundo con derecho de admisión». Cap. I )

Lo paseado y lo bailado por Laura Zita

«Patrioterías»

Lo paseado y lo bailado

Por: Laura Zita

Estoy regresando a México, después de casi dos años de luchar contra el frío y los días nublados de Francia. No es de la manera que esperaba, pero aun así me da mucho gusto ver de nuevo a mi familia. Siento una extraña combinación de conocido – desconocido. Es mi tierra, mi país, pero de alguna manera ha cambiado o he cambiado yo.

Me siento hoy un poco como extranjera, las calles se ven igual a como las recordaba, la gente, el clima, pero el aire es diferente. Cuando fui por primera vez a Francia esa fue una de las sensaciones más divertidas, el aire olía tan diferente. Era un aire fresco y perfumado. Hace apenas unos días cuando llegué al aeropuerto de la ciudad de México, mi primer instinto fue aspirar el aire. Gran error, es una de las ciudades más contaminadas del mundo y no fue exactamente la sensación que estaba buscando.

Llegando a Querétaro, todo cambió. Con solo ver la cara de mi mamá, de mi hermana y de mis sobrinos sentí la paz que da la familia.

Me está costando un poco de trabajo organizar mis ideas. Todo fue tan repentino, tan brutal. No esperaba regresar hasta diciembre para pasar la navidad con la familia. Hoy tengo que recomenzar a construir mi vida aquí. Tengo que estar serena y centrada para darles confianza a mis hijas y para no pensar en la pérdida.

Hace dos años, cuando decidí junto con mi pareja empezar una nueva vida juntos en Francia. La ilusión hacía que mis pies flotaran. Nada parecía demasiado difícil si estaba tomada de su mano. La realidad fue otra, muy diferente. La expatriación tiene un costo: el duelo de sentir que no formas parte del ambiente, que todo lo que te era conocido y familiar no existe más, que tus relaciones más cercanas están tan lejos que no puedes contar con ellas como lo hacías en tu país natal.

Yo deseaba intensamente un cambio. Estaba cansada de hacer lo mismo, de escuchar que mi curiosidad natural me pedía que abriera mis alas y me aventurara fuera de mi capullo. Nunca pensé que este capullo, justamente, era el que me tenía protegida. Mis hermanas, mi madre, mis amigos eran esa red de seguridad que me hacía pensar que podía lograrlo todo. Fuera de México, junto con las costumbres, el idioma diferente y el clima también existen otros valores que no siempre son compatibles con los que me inculcaron en casa.

En este nuevo país, aprendí a conocerme más, a enfrentar mis miedos y muchas veces dejarme sucumbir por ellos.

Es mucho más sencillo en teoría. La aventura puede ser tanto buena como mala y no siempre las historias tienen un final feliz. Me siento muy orgullosa de haber logrado varios de mis sueños: tener un nuevo bebé, vivir en el extranjero y encontrar el amor. No todo salió bien, las expectativas eran muy altas, supongo. Pero hoy sé que por más glamoroso que parezca la aventura de vivir en otro lugar del mundo, también requiere mucho valor, fuerza y un toque de locura.

Lo paseado y lo bailado, ¿quién me lo va a quitar? Nadie. Sin embargo, también traigo algunas heridas que van a tardar en sanar y también me han marcado de por vida.

Aún no sé bien cual va a ser el final de esta historia, que es digna de un libro y que espero algún día poder escribir. Una de las mejores experiencias fue y es el haber conocido a muchas otras mujeres mexicanas que valientemente se enfrentan día con día a la adaptación en un nuevo país que no siempre recibe a los extranjeros con los brazos abiertos. El presente se ve un poco oscuro, pero el futuro nuevamente está en mis manos y las manos pequeñas de mis niñas que me agarran con fuerza y me recuerdan que vale la pena, siempre vale la pena luchar por estar bien, feliz y en paz.