Un sueño dentro de otro sueño por Laura Zita

Patrioterías 

Un sueño dentro de otro sueño

Laura Zita

Me he vuelto ciega y sorda de nuevo a lo que pasa en mi país. Igual que antes de mudarnos a Francia. Estar dentro de México persiguiendo la chuleta, sin radio, lejos del periódico local de mi estado que solo tiene nota roja o clasificados y con una intención clara de no ver televisión, me hace sentir totalmente lejana y ajena a lo que sucede en mi país.

Sé que debe sonar extraño, pero cuando sales de México es justo cuando te das cuenta de todo lo que pasa dentro. Ahí es cuando tienes el tiempo para reflexionar, para leer las noticias, para extrañar y para apreciar.

Cuando tienes que trabajar más de 10 horas diarias es imposible ponerte a filosofar sobre tu vida y mucho menos la de tu país. Cuando tienes varios niños que alimentar y una casa que atender tampoco tienes mucho tiempo para preguntarte si eso o aquello está bien. Solo sabes que tienes que trabajar más y más duro porque todo cada día es más y más caro. Solo sabes que terminada la jornada de trabajo tienes que descansar para poder rendir al otro día y que cada minuto de sueño es tan preciado como el oro.

Todos los días tengo una pequeña plática con el taxista en turno que nos lleva a Emma y a mí al trabajo. Hablamos de todo un poco, pero sobretodo aprovecho para decir lo que ni mi familia, ni mis amigos quieren escuchar: estoy muy triste de haber regresado. Me siento ni de aquí ni de allá.

También aprovecho para llorar y tomar decisiones sobre mi nueva vida. Pregunto por los precios, los trabajos y trato de ponerme al día después de haber estado lejos casi dos años. Me siento en una realidad alterna y a veces siento que voy a despertar en cualquier momento en mi cama. No se cuál cama, si la cama que compartía con mi esposo en Francia o la cama que tenía antes de todo este viaje.

Mis amigos, los taxistas, me cuentan la historia de sus vidas, me dan ánimos y consejos para sobrevivir tanto el regreso a México como el rompimiento de mi matrimonio. No estoy aún lista para hablar de ésto con mi familia y amigos. Sigo pensando que si no lo hablo, no será definitivo y me hundo en el trabajo y me niego a quedarme quieta para que no me pegue la tristeza.

Las mañana son las más duras. Despierto como en otro sueño, donde no tengo ni una casa, ni un coche. Donde está mi familia y amigos, pero no tengo un hogar.

Sé que apenas va un mes, pero sigo sin entender muchas cosas, como: el dinero. No comprendo como los sueldos son tan pequeños y los artículos tan caros. No entiendo tampoco como la gente se acostumbra al tráfico y al constante ruido.

Sin embargo, es maravilloso ver como sale el sol. Sentir su calorcito sobre la piel y ver que la gente anda animada por las calles. Me encantan las voces alegres y las sonrisas que la gente te regala aun cuando ni te conoce. Creo que eso es lo que más me gusta de México.

También he visto como mi bebé está floreciendo rápidamente y se vuelve cada día más abierta y sociable. El clima, la familia y el calor humano la han hecho que se abra como una florecita y que hasta le salgan tres dientes. La más feliz en este cambio ha sido la bebé que está fascinada con la atención de todo el mundo y se siente contenta y confiada.

Unas por otras, me repito todos los días. Mientras pienso que si la vida te da limones, pidas sal y tequila.