Mi viejo por Laura Zita

Esta historia la escribí hace más de 2 años, poco antes del cumpleaños de mi papá. Todavía hasta el día de hoy me cuesta trabajo pensar en él sin llorar o pensar en llamarlo cuando la vida se pone más perra o cuando tengo algo lindo que contarle. 

Sin embargo, lo veo todos los días en la cara de mi hija mayor y en los chinos de la bebé. Me gusta sentirlo en los momentos de paz y de tormenta a un ladito de mi: empujándome y diciéndome que «siga adelante, que lo mejor está por venir». Y me gusta creerle y cerrar los ojos para sentir sus manos en mi cara y su voz en mi recuerdo.

¡Feliz día del padre!

Mañana sería el cumpleaños de mi viejo, si no hubiera muerto hace casi dos años. Si recuerdo el día que murió, pero no tengo ganas de andar pensando en su muerte. Me gusta más pensar en el día que nació. Soy demasiado ansiosa como para esperar hasta mañana para felicitarlo. Para él, su cumpleaños no era la ocasión más importante, pero hacía un buen berrinche si nadie se acordaba. Este año cumpliría 89 años!!!

Recuerdo tanto sus manos calientitas, su voz fuerte y su cara tierna. Arturo, mi padre, es el hombre más impresionante que he conocido en toda mi vida. Lleno de energía, nunca entendió un “no” y menos aún un “no se puede”. Ahora mismo, cuando las cosas se ponen perras y no sé muy bien para donde moverme, puedo escuchar su voz en mi oído diciéndome que todo siempre tiene una solución y que si no es de una manera es de otra.

De niña, me encantaba estar con él, jajajajaja, bueno y hasta como los 35 años, jajajajaja. Era tan divertido, tan loco y con ganas de hacerlo todo.

Me tocó conocerlo en su mejor momento. Poco después de que yo nací, él se jubiló. Y nos dedicamos a pasear, recorrer tiendas, comer helados, imaginar todas las cosas que podíamos comprar algún día. Él me enseñó que puedes tener todo lo que quieras, pero no es necesario tenerlo todo. Muchas veces, íbamos al centro comercial y me ayudaba a hacer grandes listas de cosas que me gustaría tener. Me ayudaba a ahorrar para comprar alguna cosa nueva, pero era tan divertido hacer las santas listas que terminaba no siendo tan importante comprarlo todo. Me llenaba tanto los ojos de millones de imágenes y colores que cuando llegaba a la casa me sentía llenita aún cuando solo habíamos comprado un helado o una tontería pequeñita.

Mi viejo creía de verdad que no existía la palabra no y también que no había NADA imposible. Cuando pasaban cosas difíciles veía como su alma se desgarraba para tratar de calmar mis lágrimas y me quería comprar lo que fuera para consolarme. Si él hubiera podido me hubiera comprado un esposo nuevo cuando el anterior se fue. Si él hubiera podido me hubiera comprado el apéndice que perdí de niña. Si él hubiera podido me hubiera comprado el mundo y me lo hubiera regalado un día nublado.

Mi viejo es el hombre que más me ha amado en la vida. Gracias a él, hoy puedo identificar el amor verdadero, ese que yo necesito. Ese que me hace sentir fuerte y segura. A mi viejo nadie le parecía suficiente, me celaba y me incitaba a ser mi propia persona. Él nunca consideró que yo necesitara un hombre. Para él, yo era una niña. Las niñas no necesitan nada más que a su papá. Y mi papá se hacía fuerte ante mis ojos mientras se desmoronaba por dentro.

Mi viejo estaba bien enfermo y nunca quiso preocuparnos ni dejar de ser el soporte de la familia. Con la mirada orgullosa y la frente en alto se escondía tras los rincones y en el fondo de su Tsuru para sufrir su dolor. Tenía un tipo de Parkinson que tiene que ver con la edad, pero sobre todo estaba perdiendo el control de su movilidad porque su cerebro cansado de tanto arreglar el mundo ya no quería funcionar igual. Ya no podía funcionar igual y él se resistía a descansar, a darse por vencido y sobre todo a pedir ayuda.

Mi viejo como los elefantes se empezó a aislar y tomo camino para morir. Sobre todo se fue alejando de mi. Ya no llamaba tanto y no me quería ver todo el tiempo como antes. Recuerdo tanto el día que llegó a mi casa y no podía casi ni hablar. Lo llevé al doctor y resultó que tenía varias áreas del cerebro atrofiadas, sobre todo las que regulaban la movilidad y el habla. Salió de ahí, rendido. Con la mirada de niño y dispuesto al fin a ser cuidado.

Mi viejo que me lo dio todo, me iba a dejar cuidarlo por primera vez. Fue un momento, mágico, fuerte, importante que me llenaba de felicidad y tristeza. Que me obligaba a ser un adulto y que me decía aún cuanto me amaba. De otra manera, en esta ocasión, él me necesitaba a mi.

Por razones ajenas a esta linda historia no pude cuidarlo como yo hubiera querido, ni me lo pude robar y tenerlo en mi casa hasta que muriera, pero si lo pensé unas mil veces. Cuando se me permitía verlo, lo alimentaba como un bebé y era tan dulce ver su cara, sentir como su velita se estaba apagando. No fue nada sencillo pensar que de verdad se iba a morir, que no había medicina que lo curara ni remedio que lo hiciera sentir mejor, pero él me había prometido que nunca iba a morir!!!! Mintió.

Lo extraño muchísimo y aún de repente puedo sentir sus manitas calientitas sobre mi cara. Recuerdo su voz fuerte y llena de ese poder que tienen los padres para confortar. Definitivamente no era una niña cuando él murió, pero fui su niña por 35 años. En los que me llenó de felicidad, buenos recuerdos, muchas risas, peleas estúpidas sobre el Támesis y el Eufrates (en serio) y millones de momentos de complicidad.

No puedo escribir en tan solo unas líneas todos las travesuras que hacíamos ni todos los proyectos locos que apoyo y estimuló. Siempre creyó en mi y en mis locuras, aun cuando para él todo tenía que ser profesional y bien hecho y yo desistía de cada proyecto porque ya no me gustaba. Me dejó ser la niña más consentida y mal educada del mundo para convertirme en la mujer más caprichuda y testaruda del mundo, jajajajaja.

Hoy que él ya no está, ya no hay quien me consienta, jajajajaja, bueno siempre hay alguien, pero no de la misma manera. Sin embargo, me he aprendido a cuidar sola, a hacerme sentir bien y sobre todo me enseñó a ser incondicional para mi hija. Yo no tengo tan buen caracter como lo tenía mi padre, pero jalo de todas mis fuerzas para poder darle a Mishelle una probadita del amor Zita. De ese amor, loco, incondicional, sin reglas y sin límites que mi padre me enseñó que hace hijos fuertes y decididos.

Podría seguir y seguir escribiendo miles de cosas que aprendí de mi viejo, lo amo tanto y espero que mañana que es su cumpleaños pueda estar peleando en el cielo con su nuevo amigo Malagón o con alguno otro que haya sido sindicalizado o solo sea un viejito cascarrabias como él y se la pase genial viendo desde allá que sus hijas, su mujer y sus nietos lo aman y lo recuerdan con mucho cariño.

Te amo, pa

PD: Un regalito de pre-cumpleaños

 

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Un comentario sobre “Mi viejo por Laura Zita

  1. Hola Laura, que gusto de encontrarte por aqui, me encantó leer lo que escribiste a tu papa, me doy cuenta de que tu sentir es el mismo mío, y te admiro por expresarlo!!, creo que es bueno darnos el tiempo de hacerlo, te abrazo con cariño!

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