Camino a casa

por Daniela Yvette Ruiz

Una tarde, iba viajando en carretera con mi familia, rumbo a mi ciudad, observando las amplias avenidas y los verdes campos con sembradíos a mis ambos lados, además del color arrebol del atardecer de mi costado derecho. Mientras que desde la ventanilla que se encontraba a mi izquierda se observaba un cielo gris con chubascos a lo lejos. 

Con los audífonos en los oídos, fui explorando nueva música de mi agrado con temática de acuerdo al entorno que me rodeaba según lo consideré, por ello me fue difícil escuchar las pláticas o ambiente externo. 

Solo logré percibir voces alejadas de mí, al mismo tiempo capté la sensación de la textura de las llantas del auto rodando sobre el pavimento, el ritmo que estas llevan al pasar por reductores de velocidad. Además de los momentos en los que se sentía que el auto aceleraba cuando mi cuerpo se inclinaba ligeramente hacia el frente o bien, mi espalda chocaba de manera sutil contra el respaldo del asiento. 

De repente observé del lado derecho a una parvada de aves volando mientras formaban figuras en el aire parecidas a sombras. 

Desvié mi atención en mi celular, y cuando alcé la mirada me di cuenta de que debido al recorrido y cambio de dirección a la que nos conducía la carretera, el sol se posicionaba frente de nosotros. Fue entonces que logré poner atención plena en un atardecer en el cual el sol se empezó a esconder, fue ese espectáculo el que hizo desconectarme de mis audífonos y comentarlo con mi familia quienes al igual que yo se miraban maravillados. 

De repente la llovizna nos encontró y estuvimos en un escenario con distintas ambientaciones sensoriales. Por una parte, el sonido del chubasco y, por otro lado, dicha vista, hasta que el sol se ocultó en su totalidad y la lluvia se hizo escuchar con mayor intensidad, tornándose el entorno en algo angustiante.  

Por aquello que percibimos fue que con precaución continuamos con nuestro destino. Tantos paisajes, sonidos, canciones, risas y disfrutes durante el trayecto enriquecieron esta vivencia que se quedaron como un fiel recuerdo de lo que escuché, sentí, observé y admiré de mi camino a casa.   

Ig: danyvette.lr 

Primeros días del año por Laura Zita

Patrioterías | Primeros días del año

Vi pasar los días frente a la pantalla de mi computadora, como adolescente que ha perdido el amor y solo quiere hundirse en un profundo agujero y no volver a ver la luz. Por falta de vicios más divertidos, me puse a ver película tras película esperando que las imágenes y la historia de las mismas me ayudara a no pensar, a no recordar y a no sentir tanta tristeza por su partida.

Vi de todo: aventura, romance, caricaturas, drama, comedia, americano, francés… Ay, francés que me recordaba su dulce voz y su acento exótico y sensual…

Suelo divagar un poco en esa parte, pero lo evitaré por respeto a mis lectores.

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El cine es maravilloso, puedes pasar de una historia de terror a una comedia ligera en unos minutos y si te comprometes de verdad con la película puedes viajar hasta los más lejanos rincones del mundo, de las emociones y de los sentimientos.

Viendo películas, el día es noche y la noche es día. No importa cuantos días han pasado, ni si te has levantado del sillón más que para comer algo y hacer del baño. El cine tiene esta maravillosa facultad de envolver tu mente y hacerte olvidar.

No sé tomar alcohol hasta lograr eso sin vomitar.

Y sigo de vacaciones, así que no hay una rutina que me jale, ni obligaciones que me llamen a la actividad.

Esta semana, me inventé algunas salidas con amigas y se siente bien. Después de como 10 películas, estoy lista para regresar a la vida. Aun cuando este frío hace que quiera estar en cama, viendo más y más historias que me hagan pensar en cosas que no me están ocurriendo a mí.

¿Qué me está ocurriendo a mí?

No mucho, solo mi amor acaba de partir de nuevo al trabajo, a regañadientes, sin mucho ánimo y del otro lado del mundo.

Yo estoy esperando que comience un nuevo semestre, las vacaciones se me hacen largas. Nunca me han gustado mucho, me gusta tener una rutina y caras nuevas que ver. Y por supuesto, me encanta cobrar un sueldo cada quincena. Por poco o mucho que sea, me siento feliz de ser productiva y poder decidir sobre mis gustos, pasatiempos e intereses.

Desde que regresamos de “Siempre nublado”, he encontrado una nueva fascinación por mi casa. Quiero arreglarle todo y hacerla cada día más cómoda y bonita. He ido poco a poco por falta de dinero, pero me gusta mucho como está quedando.

Ayer fui a ver una cocina integral, que es un mueble prefabricado que tiene cajones, una tarja para lavar los trastos y mucho espacio para guardar comida, platitos, cubiertos, etc.

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Encontré una cocina que me enamoró. Es roja y no sé que traigo desde el año pasado con ese color, pero esa es la que quiero.

Hoy no tengo dinero, pero me gusta ponerme la meta y ver como se cumple pronto. Ya me vi, ya la vi también en mi casa y yo cocinando sobre ella. Este es el romance perfecto: mujer-cocina.

Me gusta estar emocionada con pequeñas metas y proyectos que puedo palpar.

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También encontré mi curso ideal de diseño. Tampoco tengo dinero para pagarlo… pero ese nunca ha sido verdaderamente una de mis grandes preocupaciones. Lo quiero y lo voy a tomar.

El dinero va a llegar como llega siempre, cuando se necesita y para lo que se necesita.

Este año ha comenzado diferente a muchos otros, estoy llenita de amor, feliz por un nuevo comienzo, más confiada en mis recursos y habilidades y con metas pequeñas y grandes que me hacen sentir muy entusiasmada.

Otra vez siento que confío, solo confío sin dudar. En mi, en la vida, en el destino, en mi fuerza y el amor que tengo por familia y por las oportunidades que llegan día con día.

Hoy es un día extraordinario, lleno de fe y esperanza. Hoy lo quiero vivir así.