por Samantha Moreno Cázares
Recién llegué a vivir a Alemania hace menos de un mes y en mis primeras horas de estancia en este país me encontré con mi némesis de toda la vida: las bicicletas.
No es que yo no quisiera aprender a andar en “bici”, lo que pasa es que mis papás nunca se tomaron la molestia de enseñarme. Quizá porque pasaban la mayor parte del tiempo concentrados en su divorcio, trabajo, u otras actividades aburridas de adultos, me quedé sin escalar ese peldaño tan importante de la niñez. Me parece que ese fue mi primer mal encuentro con los deportes.
Le siguieron muchos años de ser la última en ser escogida en los equipos que se armaban en las clases de Educación Física porque era muy chaparrita, no tenía reflejos ni coordinación y cada que me lanzaban una pelota cerraba los ojos y me hacía bolita. Luego comencé a preguntarle a los adultos por qué sólo veíamos un encuentro de miles de deportistas de distintas categorías cada cuatro años y el resto del tiempo sólo parecía existir el Fútbol (y solamente el masculino) en la televisión, cuestionamientos que hasta la fecha carecen de respuesta.
Ya para la época de la adolescencia evitaba a toda costa la dichosa clase de deportes fingiendo estar “en mis días” o con algún malestar estomacal. Igual no me hacía sentido que un señor gordo, quien parecía haber realizado su más reciente actividad física cuando aún existía la URSS, calificara mi nula habilidad para correr mientras se la pasaba comiendo Gansitos.
De nuevo, no es que yo no quisiera aprender, simplemente no me guiaron por el buen camino de la actividad física a temprana edad.
Tiempo después comencé a salir con chicos, que estaban muy interesados en los deportes e inevitablemente asistí a muchos eventos (en su mayoría de fútbol) pero siempre con cara de Grinch. No fue sino hasta que comencé a salir con un chico británico que mi perspectiva de los deportes tomó otro rumbo.
En primer lugar lo conocí en un partido de críquet. Mi hermana estaba saliendo en ese entonces con un chico británico que la invitó a un partido, y ella a su vez me llevó con la promesa de cerveza gratis. Me sentí muy decepcionada al llegar y no ver flamingos rosas como en Alicia en el País de las Maravillas, a lo que mi hermana respondió “¡Eso es croquet, tarada!”.
En alguna de nuestras primeras citas, el británico me llevó a ver mi primera Lucha Libre en la Arena México y fue ahí que algo en mi despertó. Primero que nada, me sentí muy mal que un extranjero fuera quien me adentrara en algo que es tan emblemático de mi país, pero le estoy agradecida porque no sé si yo hubiera asistido a ese lugar de alguna otra manera.
En este interesante lugar, la gente gritaba y se emocionaba, tenían a sus luchadores favoritos a quienes aclamaban y vociferaban insultos muy coloridos a los contrarios. Me pareció que era como presenciar una lucha de gladiadores en el Coliseo de Roma, con la pequeña diferencia que en este evento se podía vencer a un rival con una silla plegable.
Al terminar la pelea salimos a cenar tacos al pastor y compramos unos muñecos de plástico de El Santo y La Parka
. Me sentí muy contenta de haber asistido a un evento diferente, que si bien la veracidad de los golpes es cuestionable, por fin logré interesarme en un deporte y pasarla bien como espectadora, sobre todo porque tuve un compañero de aventura excelente.
A partir de ese momento relajé mucho mi posición de aversión hacia los deportes y me di cuenta que era sólo cuestión de encontrar lo que realmente llamara mi atención, lo que despertara mi curiosidad. El británico tuvo mucha influencia en esto, pues a partir de entonces hemos asistido a varios eventos deportivos, tanto como espectadores así como también participando activamente. Mis eventos favoritos fueron sin dudas los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro y mi primera carrera de 5km, la cual sólo realicé porque, el ahora esposo británico, me prometió una Cajita Feliz al terminar.
A mis 26 años sigo sin saber andar en bicicleta y estoy consciente que tendré que aprender muy pronto si es que quiero sobrevivir en Alemania, pero por lo menos ahora que he hecho las paces con los deportes, creo que puedo intentar cosas nuevas sin temor. Lo único que se necesita son rueditas de apoyo.